04/10/2025
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La obra entreteje temas como el amor, los mandatos sociales, las diferencias de clase, la ambición y el conformismo, la violentación del cuerpo y del espíritu, la renuncia y el deseo.

Un barco, tres orígenes y un mismo destino.

La obra parte de una premisa original: cruzar a Nora, Julia y Elena en un barco desde Hamburgo hacia Buenos Aires.
Tres orígenes diversos confluyen en un mismo horizonte: las tres viajan solas, en busca del porvenir que la inminente llegada del nuevo siglo anuncia, la gran promesa de cambio y progreso.
Una suerte de secuela con la que muchos teatreros hemos fantaseado. Casa de muñecas de Henrik Ibsen (1879), La señorita Julia de August Strindberg (1888) y El tío Vania de Antón Chéjov (1898) son los tres grandes hitos teatrales que inspiraron al autor Mario Diament para la creación de esta versión ampliada, que respeta con claridad la estructura del drama moderno, incorporando procedimientos de poéticas contemporáneas y anclada en nuestro territorio.

La obra entreteje temas como el amor, los mandatos sociales, las diferencias de clase, la ambición y el conformismo, la violentación del cuerpo y del espíritu, la renuncia y el deseo.

No es imprescindible conocer las piezas originales, ya que se nos introduce en la historia de cada una de estas mujeres que han desafiado el statu quo. En ellas habita el cansancio que conlleva romper constantemente con lo establecido. Soportan vejaciones y humillaciones, y aun con fortaleza, la duda y la culpa persisten. Aunque esta vez, al compartir sus soledades, un aire esperanzador las abraza.

Muy buenas actuaciones van cobrando profundidad e intensidad a medida que avanza la acción; se crea la ilusión de contigüidad con la vida, y una puede sentirse identificada o interpelada en ciertos momentos que llegan incluso a generar risas nerviosas o incómodas en el espectador, al contemplar la impunidad con la que el personaje masculino se maneja. Se vislumbra por detrás una tesis muy clara y persistente, que se vuelve prédica sobre el mundo social contemporáneo.

Los hermosos vestuarios nos sitúan a fines del siglo XIX; la escenografía, de manera simple y directa, nos ubica en ese barco donde podemos espiar un recorte de este encuentro en el que queda plasmada la visión de mundo que cada personaje trae consigo y enterarnos, mediante sus relatos, sobre lo acontecido en su pasado (con fragmentos de los textos originales). Algunos hechos nuevos hacen eco en sus pasados y en nuestro presente; el lenguaje y ciertos modismos fluctúan anacrónicamente, borrando y suspendiendo las fronteras temporales. Y es que, esta versión nos demuestra que las cosas no han cambiado tanto: se convierte así en una crítica a la existencia de un “nuevo mundo” que todavía arrastra los mismos viejos lastres. Las declaraciones de amor aparecen como excusa, como disculpa, como justificación suficiente. Amor como pertenencia. Amor que enjaula no es amor: es obsesión.

La pregunta que nos queda al finalizar no es “¿qué habrán hecho Nora, Julia o Elena?”, sino: “¿qué hacemos hoy?”.