Ver a Cristina Banegas sobre un escenario siempre será un privilegio. Su sola presencia convoca una ceremonia. Su voz —esa voz que contiene historia, potencia y memoria— transporta hacia mundos remotos que, en su decir, se hacen cuerpo presente. Lo hace con pocos pero significativos recursos, con una precisión que revela lo esencial: el teatro no necesita más que cuerpos vivientes en reunión.
