25/10/2025
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Mariano Cossa, con una puesta precisa, convierte esa espera en un ritual escénico donde el ensayo y la deuda se confunden. Los payasos, interpretados con ternura y comicidad por Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany, sostienen un oficio que el tiempo cambió y que, quizás, volvió obsoleto, pero cuya nobleza persiste en el gesto de insistir. Ensayar, repetir, volver a empezar: ahí se halla su virtud.

En Pedido de Gracia, dos payasos quedaron varados en un pueblo después de que su circo se fuera dejando deudas. Ellos, convertidos en garantes involuntarios, permanecen aguardando su regreso. Entre carpas desarmadas y un león que casi no ruge, repiten gestos viejos, ensayan una función que nadie les pidió. Él insiste en que hay que practicar, listos para el público que volverá. Ella, en cambio, se pregunta hasta cuándo producir risa cuando ya no hay nadie mirando. En esa oscilación entre la permanencia y el abandono se sostiene la fe, y también la condena, de ambos.

Mariano Cossa, con una puesta precisa, convierte esa espera en un ritual escénico donde el ensayo y la deuda se confunden. Los payasos, interpretados con ternura y comicidad por Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany, sostienen un oficio que el tiempo cambió y que, quizás, volvió obsoleto, pero cuya nobleza persiste en el gesto de insistir. Ensayar, repetir, volver a empezar: ahí se halla su virtud.

La puesta trabaja con la repetición y el gesto, con cuadros que se replican como ecos del pasado. Siempre en el mismo cuarto, con salidas laterales marcadas por cambios de luces, música y posturas payasescas, los días se suceden y el cansancio se filtra en la escena: frases más cortas, movimientos más lentos, una risa que apenas sobrevive. Pedido de Gracia reflexiona sobre su propio accionar: los payasos ensayan mientras la obra se ensaya a sí misma. Lo que ocurre en escena es también lo que la obra dice: el arte intentando mantenerse vivo, aun cuando el entretenimiento ya no garantiza sentido.

Cossa aborda la condición del payaso, esa mezcla de sabiduría y torpeza, de ensayo y espontaneidad, de fracaso y triunfo, como metáfora del artista que resiste al paso del tiempo, e introduce al espectador en esa reflexión, casi sin que lo note. Entre la risa y el llanto, y la pregunta sobre su valor, Pedido de Gracia ilumina el valor de lo inútil. Con ecos de Beckett y del viejo linaje circense en la escena argentina, la obra conjuga ternura y absurdo para pensar la persistencia del arte y recordarnos su belleza.