04/10/2025
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Claudia Cantero se impone y sostiene todo el peso dramático. Su interpretación no vacila: los estados emocionales —la ternura, el humor, la frustración, la rabia contenida— se van filtrando con sutileza. No hay rebotes exagerados ni gestos innecesarios; cada palabra y cada silencio pesan. Mantiene al público entre la empatía y la tensión, haciéndonos cómplices de su carga.

Desde los primeros minutos, Muy a mi pesar te atrapa con lo familiar: una mujer, una casa, la responsabilidad implacable de cuidar. No hay escenografía ostentosa, no hay distracción. Claudia Cantero entra en escena y lo cotidiano —el ruido, las tareas domésticas, las visitas del médico, la soledad— se convierte en algo potente, incómodo, urgente.

Claudia Cantero se impone y sostiene todo el peso dramático. Su interpretación no vacila: los estados emocionales —la ternura, el humor, la frustración, la rabia contenida— se van filtrando con sutileza. No hay rebotes exagerados ni gestos innecesarios; cada palabra y cada silencio pesan. Mantiene al público entre la empatía y la tensión, haciéndonos cómplices de su carga.

La pieza escrita y dirigida por Mario Segade habla de lo que muchos saben pero pocos dicen: cuidar enfermos cuando no hay héroes, cuando no hay alivio seguro. La obra evita solemnidades vacías, prefiriendo asomarse al dolor desde lo doméstico, lo doméstico que indaga en lo íntimo y lo colectivo. Vecinas que entran, un médico fuera de lo esperado, el cuerpo de ella que ya no puede separarse de ese rol de cuidadora.

Es en los detalles donde la obra cobra espesor: desde recordar minuciosamente cada medicamento, atender al médico con exactitud, hasta la perfección obsesiva de una salsa de tomate. Todo suma para comprender hacia dónde nos quiere llevar la protagonista, hacia dónde viaja la mente de una mujer agotada por las normas sociales que dictan cómo debe mostrarse en todo momento. Y ahí surge la pregunta inevitable: ¿cuál será su escapatoria?

La puesta respeta el equilibrio entre lo concreto y lo evocativo: el texto se potencia sin sobrecarga visual, sin grandes artificios. El micrófono, los cambios de tono, los mínimos recursos físicos sirven para que sea ella, su voz, el cuerpo-actriz, los que marquen el camino. No hay distracciones: te obliga a mirar, a escuchar, a doler un poco, a juzgar aunque no se quiera.

Muy a mi pesar no busca soluciones ni consuelos fáciles. Es un unipersonal que desarma la idea de la “obligación afectiva” como algo natural, que muestra que cuidar también puede ser resistencia, agotamiento, renuncia de sí.

Una obra demoledora.