El simbolismo de la gaviota, metáfora de sueños truncos y anhelos imposibles, atraviesa la obra y conecta con un presente que sigue preguntándose: ¿cómo se sostiene un sueño? ¿qué lugar ocupa el arte en nuestras vidas?
El clásico de Antón Chéjov vuelve a escena en el Patio de Actores bajo la dirección de Carlos Scornik, con una propuesta que recupera la esencia del autor ruso y dialoga con la actualidad.
Estrenada en 1896, La gaviota es una de las grandes obras del dramaturgo, atravesada por el choque entre generaciones, los desencuentros amorosos y la tensión entre lo viejo y lo nuevo, tanto en la vida como en el arte. Treplev encarna la búsqueda de un lenguaje distinto, mientras Arkadina, su madre, defiende el teatro tradicional. Ese contraste se potencia en las escenas de a dos, quizá los momentos más logrados: diálogos íntimos y sutiles, silencios cargados de sentido y pequeños gestos que nos sumergen en lo más profundo de Chéjov.
Eta versión apuesta por la sencillez escenográfica —una mesa, sillas y una pantalla— que lejos de limitar, potencia el trabajo actoral como verdadero motor de la obra. Allí residen la fuerza y la frescura de esta versión: en dejar que los vínculos, con sus matices y contradicciones, hablen por sí mismos.
Se destacan las interpretaciones de Soledad Rodríguez, Diogenes Urquiza, Marina Fresco, Christian Caminotti y el propio Carlos Scornik, quien asume el rol de Arkadina aportando un enfoque singular.
El simbolismo de la gaviota, metáfora de sueños truncos y anhelos imposibles, atraviesa la obra y conecta con un presente que sigue preguntándose: ¿cómo se sostiene un sueño? ¿qué lugar ocupa el arte en nuestras vidas?
Con esta versión, La gaviota confirma la vigencia del teatro de Chéjov: sus personajes, con sus frustraciones y desencantos, aún resuenan hoy con la misma intensidad que hace más de un siglo.