04/10/2025
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La protagonista, Casandra, remite inevitablemente al personaje mitológico y a sus diversas proyecciones en la literatura, de modo que la obra abre la posibilidad de reescribir el mito en una transposición actualizada.

A través de diversas expresiones escénicas, la obra nos invita a recorrer un espacio interior laberíntico y fragmentado, donde la corporalidad adquiere protagonismo para expresar aquello que el lenguaje a menudo calla. La poética actoral se sostiene en el humor, sin renunciar nunca a la profundidad emotiva de los hechos narrados, y coloca en primer plano el cuerpo como medio de comunicación, ofreciendo sorprendentes demostraciones físicas. El espacio escénico, aunque despojado de objetos, se enriquece con proyecciones y juegos de luces que habilitan múltiples lecturas y generan un desdoblamiento de los personajes.

La protagonista, Casandra, remite inevitablemente al personaje mitológico y a sus diversas proyecciones en la literatura, de modo que la obra abre la posibilidad de reescribir el mito en una transposición actualizada. Este eco mítico se replica en nosotros mismos: así como Casandra porta la intuición como un don, también carga con la maldición de un discurso desacreditado, lo que nos interpela en la tensión entre el valor de la palabra y la imposibilidad de ser escuchados.

En diálogo con los modelos patriarcales históricos, la obra plantea un cambio de paradigma: aunque en escena se manifiesta el caos de nuevas formas de vincularse, se nos invita a reflexionar sobre aquello que aún aceptamos y, con mayor claridad, sobre aquello que ya no tiene lugar. Como cáscaras que se rompen una tras otra, la protagonista va transformando su manera de ver el mundo, y junto a ella los espectadores también modificamos nuestra mirada. Ya no hay retorno; la maldición, ineludible, empieza a quebrarse.