El mérito de esta versión está en la actuación. No hay respiro: los intérpretes mantienen un ritmo constante, sin caídas, con una precisión en los gestos mínimos que sostiene la tensión de principio a fin. La repetición de los diálogos —por momentos interminable— no se siente como un recurso vacío, sino como parte de la experiencia: el espectador comparte la espera, el hartazgo y ese deseo latente de que todo termine. Esa incomodidad se transmite con claridad y fuerza.
