
La obra propone un viaje a la historia de vida de Cumbi, la protagonista de todo lo
vivido. El aroma a catarsis inunda la sala. Una voz entrecortada dice lo que siente,
casi a punto de quebrarse.
Algo lindo del horror bucea por paisajes de la noche, la cumbia, la villa, la navidad,
las drogas y la maternidad. Las fotos y videos acompañan el relato. La música de
los redondos son el condimento infaltable para esta vida que va a doscientos
kilómetros por hora.
Por momentos, parece que la protagonista hubiese vivido mil vidas en una. En la
escena se observa lo prohibido como si fuese un personaje más. Lo punk alterna
con la vulnerabilidad de quien sufrió una pérdida inesperada.
Lo novedoso de este tipo de teatro documental es que combinan distintos formatos
como lo audiovisual, lo musical, lo escénico y lo textual. Hay amistades, “cosas que
salvan una vida”, amores que no fueron pero continúan en amigos, fechas que son
imborrables.
Dentro de todo este universo, aparecen cuestiones bizarras que provocan
comicidad. Movimientos repetitivos, bailes, pogos, cosas de otra época. Cuerpos
que hacen una coreografía desordenada, sucia.
“Ya no me gusta la violencia”, dice alguien. La obra tiene varios momentos
musicales, con canciones inventadas por Cumbi, que retratan sus anhelos
adolescentes.
Pareciera como si la protagonista nos dijera por lo bajo, “te voy a contar mi vida”, y
lo hace y se lo agradecemos porque vemos honestidad y alguien que no quiere
endulzarnos la píldora. Tal vez todo sea un intento de amasar el pasado para que
sea algo distinto a lo que recordamos.
Algo lindo del horror, un diario íntimo, en escena